Siempre estoy dado vuelta
Siempre estoy dado vuelta, audio by Tobías Dirty
La exhibición está compuesta por piezas híbridas, que se desplazan entre la pintura y el objeto. En su conjunto, buscan observar principalmente la relación entre el diseño de interiores, la arquitectura y la decoración con los cuerpos. Siempre estoy dado vuelta es una fantasía doméstica, donde los órganos humanos buscan imitar las estructuras rígidas de casas o edificios para realizar sus funciones vitales sin verse afectados, como si fueran un sistema de engranajes inanimados, mientras que los espacios y objetos comunes del hogar se representan con líneas curvas que distorsionan la función utilitaria de los mismos, haciendo hincapié en su multiplicidad simbólica y su fuerza afectiva. El montaje de la galería bordea la idea de “instalación total”, pensando la exhibición como una ficción en sí misma. De esta manera, la perspectiva psicodélica que desordena el interior de las pinturas, como las esculturas en sus bases invertidas, buscan torcer las nociones de tiempo y espacio en pos de una lógica surrealista donde no hay arriba ni abajo, burlando la verticalidad de la mirada colonial, y demostrando, efectivamente, su incapacidad para representar el mundo tal como lo imagina el arte.
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La casa me duele en el cuerpo porque la casa soy yo y en cada cuarto y en cada parte un órgano mío trabaja. Desde la entrada hasta el depósito, todos los rincones representan piel y huesos que me forman, es a su vez un gran cerebro con el que pienso y entiendo.
Si la casa no es nueva, eso quiere decir que han dejado vida en ella. Por eso a veces me muevo en el interior como si fuera un espiritista intentando interpretar el mensaje que tiene para mí. Es una tarea delicada que requiere ciertos métodos sensibles para visualizar el presente, el pasado o el futuro que los espacios encierran.
Para mí la sensibilidad es la capacidad de conectar una cosa con otra, como se conecta la marca con su huella o un enchufe a la corriente eléctrica. Por eso no creo que haya gente más sensible que otra sino que hay personas propensas a generar dichas conexiones. Si la cocina es mi madre, el baño es mi abuela y la habitación es mi padre, entonces las partes de esta casa son mi familia. Como jardín no tengo, son mis hermanas las flores del balcón que perfumadas se ríen y juegan, poseídas al sol.
Estas comparaciones me ayudan a ver con claridad e imaginar que la casa me pertenece en un sentido afectivo, ya que soy querido por ella. Para las personas que no tenemos buena orientación, ni noción del tiempo, los recuerdos son lo más parecido al sentido común, es lo único que nos ordena en su disparatada forma de habitar nuestra memoria.
Es importante el orden en la casa, aunque cada uno tiene su propia idea sobre la limpieza y el lugar al que pertenece cada cosa.
Según yo, en el lavadero el pasado se aggiorna, se pliega, se dobla con cada día que corre, mientras el futuro se esconde en valijas amontonadas adentro de modestas bauleras que la casa supone. Nada está en desuso, todo tiene su propósito, nada es imprescindible, todo es digerible. Siguiendo con esta lógica, pienso que el living es el estómago, por eso hace ruidos. El televisor como espejo y como garganta traga noticias del mundo y las vuelca sobre la mesa del comedor. Pobre mi alma presa, presa está en la casa, porque cuando no estoy la recuerdo y cuando por fin llego, me trepo por las paredes como una araña. ¡Vamos!, que el ascensor es el recto y la puerta es el ano, por dónde entran y salen materias. No importa qué tan segura sea la casa, todas las puertas tienen una mirilla, por las dudas, por precaución. La nariz esta cerca de las tuberías de gas para detectar si hay alguna perdida y son los pisos mis manos, que me sostienen, siendo entonces el techo mis pies porque estoy dado vuelta, siempre estoy dado vuelta, apuntando a las estrellas que aunque el cielo raso las cubra igual las veo en busca de su guía. El sillón es el pene, porque allí se sientan los invitados. En el medio del comedor está la mesa ratona, no sé bien por qué todo siempre gira al rededor de ella, como si fuera el ombligo del mundo, ni porque le decimos ratona, tampoco puedo saberlo todo pero confirmo con determinación que las ventanas no son los ojos, son los odios. En cambio la mirada está perdida entre los objetos que guardo en mis cajones, en fotos, en libros de decoración, en envoltorios de caramelos, tabletas vacías de analgésicos, cremas, botones, monedas, un alfiler de gancho y un hilo hermoso, la pieza de un rompecabezas roto, un boceto abandonado y una pluma de ave que alguna vez traje de la calle con la ilusión de convertirla en una obra de arte.
–Tobías Dirty
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The exhibition comprises hybrid pieces that move between painting and object. As a whole, they mainly seek to observe the relationship between interior design, architecture, and interior decoration with bodies. Siempre estoy dado vuelta (I’m always turnt) is a domestic fantasy, where human organs seek to imitate the rigid structures of houses or buildings to perform their vital functions without being affected as if they were a system of inanimate gears. At the same time, the spaces and everyday objects of the home are represented with curved lines that distort their practical function, emphasizing their symbolic multiplicity and affective force. The installation at the gallery borders on the idea of ”total installation,” thinking of the exhibition as fiction in itself. In this way, the psychedelic perspective that messes up the interior of the paintings, like the sculptures on their inverted bases, seek to distort the notions of time and space in pursuit of a surreal logic where there is no up or down, mocking the verticality of the colonial gaze, effectively demonstrating its inability to represent the world as art imagines it.
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The house hurts my body because the house is me, and in each room and each part, an organ of mine works. From the entrance to the deposit, all the corners represent skin and bones that form me; it is, in turn, a great brain with which I think and understand.
If the house is not new, that means that life existed in it. That’s why sometimes I move inside as if I were a spiritualist trying to interpret the message it has for me. This delicate task requires specific sensitive methods to visualize the present, the past, or the future that spaces hold.
For me, sensitivity is the ability to connect one thing with another, as the brand is associated with your fingerprint or a plug to the electrical current. That’s why I don’t think there are more sensitive people than others, but people who are more susceptible to generating such connections.
If the kitchen is my mother, the bathroom is my grandmother’s, and the bedroom is my father’s, then the parts of this house are my family. Since I don’t have a garden, my sisters are the scented flowers on the balcony that laugh and play, possessed by the sun.
These comparisons help me see clearly and imagine that the house belongs to me in an affective sense since she loves me. For those who don’t have a good orientation or notion of time, memories are the closest thing to common sense; it is the only thing that orders us in its crazy way of inhabiting our memory.
Order in the house is essential, although everyone has their idea about cleanliness and where everything belongs.
In my opinion, the laundry is where the past gets bundled up; it folds with each passing day, while the future hides in suitcases piled up inside modest trunks that the house suppose. Nothing is obsolete; everything has its purpose, nothing is essential, everything is digestible. Following this logic, I think the living room is the stomach, which makes noises. The television as a mirror and as a throat swallows news from the world and spills it on the dining room table. My poor imprisoned soul, imprisoned in the house because when I am not there, I remember it, and when I finally arrive, I climb the walls like a spider. Come on! The elevator is the rectum, and the door is the anus, through which matter enters and leaves. No matter how safe the house is, all the doors have a peephole, just in case, as a precaution. The nose is close to the gas pipes to detect if there is a leak, and the floors are my hands, which support me, being then the ceiling my feet because I am turnt upside down, I am always turnt upside down, pointing to the stars that although the flat sky covers them, I still see them in search of their guide. The armchair is the penis because the guests sit there. In the middle of the dining room is the low coffee table, I’m not sure why everything always revolves around her as if she were the navel of the world, nor why we call her a mesa ratona, I can’t know everything either, but I can determinedly confirm that the windows are not the eyes; they are the ears. Instead, the gaze is lost among the objects that I keep in my drawers, in pictures, in decoration books, in candy packaging, empty painkiller bottles, creams, buttons, coins, a safety pin and a beautiful thread, a piece from a broken puzzle, an abandoned sketch, and a bird’s feather I once brought from the street with the illusion of turning it into a work of art.
–Tobías Dirty